EL PADRE FRANCISCO JAVIER MEJÍA Y SUS VALORES

Llamado cariñosamente “pacho”. Hombre fuerte, corpulento, vigoroso, inquieto, progresista, diligente e intelectual su mano de hierro se estrechaba como símbolo de vida, fortaleza, ánimo. Su espíritu alegre enmarcaba la sensación de haber alcanzado grandes realizaciones de inmensos logros positivos de enormes conquistas. So voz varonil, reflejaba la impetuosidad de un ejecutor de grandes proyectos.

Participe de una dignísima familia salamineña donde aprendió a respectar las buenas costumbres los valores de la sociedad y a conocer las angustias y dificultades de la gente y en especial de la gente humilde, como el obrero el campesino todo esto debido a que sus progenitores estuvieron muy ligados al campo y allí aprendieron del labrador de la tierra como se conocen sus sufrimientos. Allí en esas agrestes y frías laderas de san Félix y Marulanda mi gran amigo (pacho) fue donde empezó a querer y a llevar en su corazón a su hermano, el campesino.

Desde muy pequeña edad queda huérfano al morir su ser más querido la madre, junto con Don Norberto, su señor padre y sus hermanos mayores emprende la dura jornada de la vida para luego proyectarse por los caminos de la fe y la esperanza al servicio de dios y sus gentes, se inicia en el colegio de san Ignacio en Medellín, donde realiza las primeras actividades educativas. Posteriormente viaja a Bogotá para continuar sus estudios del sacerdocio, vinculándose a la compañía de Jesús. En 1935, recibe la ordenación sacerdotal en Bélgica, para luego enrutar el camino del Apostolado, poniendo en práctica todos los conocimientos y vivencias que alcanzo durante su permanencia en el noviciado.

Emprendió desde el mismo instante de su ordenación sacerdotal la tarea de trabajar por los más débiles y desposeídos. Lo cual adquirió en una lucha constante hasta los últimos minutos de su vida. Fue así como atreves de su entereza y espíritu, consiguió:

La fundación de la SETRAC (selección de trabajadores católicos) que posteriormente se convirtió en la u.t.c (unión de trabajadores colombianos en el año de 1946.
La creación del instituto laboral para la formación de dirigentes sindicales y cooperativos, en 1949
La iniciación de la cruzada social de Colombia a partir de 1950
La constitución del movimiento cooperativo nacional. Uconal en 1951
La fundación de la cooperativa de desarrollo para el servicio financiero de obreros y campesinos. Codesarrollo, en 1963.
La funcionabilidad de la universidad obrera en Cali en 1961.
La fundación de la universidad campesina en Buga en 1966, hoy instituto mayor igual cosa efectuada en Tulùa, donde crea el centro Rural Social Diocesano, (CESORDI). Para la formación de grupos campesinos

En 1983 y queriendo plasmar su obra, llega a Salamina, su patria chica, donde encontró un puñado de hombres llenos de valor, de entusiasmo, de coraje y de moral, y allí decidió fundar el hoy afamado instituto técnico francisco Javier mejía. Con orgullo puedo decir que tuve el honor dentro de la administración que hice como alcalde de esta ciudad, de cooperarle para alcanzar la meta de este gran objetivo. Ya que era más que una orden una obligación de servirle a un hombre como Pacho Mejía, que quería dejar su obra en la ciudad que un día lo vio nacer. Fue así como el día de noviembre de 1983, tuve el gusto de asistir a este digno recinto para acompañar al Padre Francisco a la inauguración de esta magna obra y estrechar su mano de hierro como símbolo de amistad y alegría.

Como Jesuita fue un verdadero discípulo de San Ignacio, colocando siempre en práctica sus enseñanzas para bien de las gentes de pocos recursos económicos y desposeídos de toda fortuna.

Como hombre fue integro en sus condiciones solo buscaba el bien para todos, nunca se le llego a escuchar un mal comentario, ni un insulto, ni un carajo, solo en el existía el perdón, la bondad, la espereza, la fe. Fue un develado y celosa cooperador de su familia y en especial de sus hermanas (Susana, María, y Ester) y nunca las dejo solas, así estuviese lejos físicamente, estaba con ellas espiritualmente.

Como lo escribió su sobrino el sacerdote jesuita Oscar Mejía en su libro un apóstol social “siempre lo vi de pie conduciendo la nave de su vida y obedeciendo en todas las funciones que se la confiaban. Fue líder impulsor, innovador. Hasta la enfermedad la manejo a su estilo”. Ni el aneurisma cerca del corazón lo asusto, ni la afección al riñón lo doblego ni la extracción de la vesícula lo deprimió. No quedo inactivo por la trombosis cerebral ni se estremeció por el cáncer de páncreas… él deseaba morir de un infarto fulminante o de un balazo de sus enemigos, repetía… pero Dios permitió otros caminos y ante su voluntad, acepto resignadamente sus designios asumió el calvario breve de su dolor, con serenidad y valentía.

Murió como mueren los grandes con todo su espíritu, ánimo y esplendor. Fue un verdadero apóstol de la sociedad.